Este ha sido un año de muchos aprendizajes. ¡Tantos! Que el calendario parece haber extendido sus días para que entren. Pensando en qué escribir para hoy, decidí que les “hablaría” a personas unos 30 años menores que yo. Personas envejecientes claro, pero que en su trayecto vital aún les restan muchas cosas por vivir.
POR DESTINO aprendí que soy diferente a los demás y que, en esa diferencia (única e irrepetible), existen otr@s que piensan, hacen y dicen cosas distintas a las mías. Ni mejores, ni peores….distintas. Fue así, que, tras mi mudanza, me permití conocer a mis vecinos Juan y Manuel, papás de Margarita, una niña hermosa de seis años. Hoy, los tres, son parte de mi familia. Amigos incondicionales, llenan mis tardes de mates y compañía.
POR CONCIENCIA, y quizás gracias a ellos (mis vecinos), pude ver a mi hijo reflejado y comprender que el amor no entiende de edades, de color ni de género. El amor es amor. Así, sin más.
POR DESTINO, abracé la incertidumbre y el miedo a los cambios. Tras la emancipación de mis hij@s y la seguida muerte de Pompeyo, dejé mi casa -esa que habité por más de tres décadas- y me mudé a un pequeño departamento con balcón y vista a la plaza. Obligada a dejar atrás mis cosas, decidí limpiar, tirar o donar todo aquello que fuese a ocupar lugares inútiles.
POR CONCIENCIA, abracé las puertas desconocidas que se abrían a mi paso; empecé mis clases de yoga, computación e inglés. Conocí gente nueva y gesté una nueva forma de vincularme con mi hija, hoy mamá.
“De la sopa que no te gusta, Dios te da doble ración”,dice el refrán. Y… no tuve más remedio que amigarme con mi cuerpo.